De viajes

Orient Express
Ya no es posible viajar como antes. No me malinterpretéis, no es cuestión de snobismo. No pienso mencionar aquellos que viajan en avión vestidos para un safari o los que aplauden al aterrizar.
Es que después de coger más aviones en dos semanas de lo que me hubiese gustado, he acabado harto de los check-in, controles de seguridad y aeropuertos inmensos. Por ciertas unas pocas cosas.

Uno comienza a echar de menos los salones de espera, el vagón de recreo o de fumar, los mozos que se encargaban de llevar el equipaje, o la ausencia de controles de seguridad, como se ve en Eva al desnudo.

No es que quiera que las cosas vuelvan a como eran antes, cuando los trabajadores no tenían derecho a vacaciones pagadas, es sólo que opino que en aquella época (cuando existían conjuntos de viaje) aquellos que podían viajar, lo hacían mucho mejor.
Ahora el que quiere viajar a gusto, debe tener dinero. Y a menudo, ni con esas. 

Elisabeth II

Té en Tiffany's

Leo en una revista que en el hotel Park-Hyatt de Paris preparan un "tea party" junto con Tiffany's en las que venden nos pastelitos con forma de cajita de la tienda.
Y yo no dejo de pensar en ese capítulo de los simpsons en el que Homer espía a Apu, que entra en Tiffany's y piensa que va a comprarle una joya a su esposa pero sale con un croissant. ¡Es verdad! Ahora también venden desayunos en Tiffany's, piensa.
¿Una buena idea de negocio? Pon un carrito con café para llevar y bollería delante de la tienda y bam, ya estás haciendo dinero.

De complementos (Paraguas)

A veces da la sensación de que los únicos complementos que cuentan son los bolsos, los pañuelos o las pajaritas imposibles. Nada más lejos de la realidad. ¿Por qué no invertir en un buen paraguas? Un hombre de bien (o mujer) no debería llevar uno de esos mini paraguas plegables de los chinos. No hay nada más elegante que llevar un buen paraguas colgado del brazo. 

Paraguas mango de loro Mary Poppins
Puede tener una cabeza de loro como mango

Paraguas de Archer Adams
O puede ser uno de estos estupendos paraguas de Archer Adams (a tiro de piedra de Paddington)

Lo que queda claro es que un buen paraguas hace caballero. Y si no que se lo pregunte a Mycroft.


Mycroft Holmes umbrella



Mycroft Holmes umbrella

La infancia

Dibujo niña leyendo Vogue
Siempre me han fascinado los orígenes de ciertas personas del mundillo: las tías inventadas de Chanel o la cantidad de leyendas sobre la infancia de Lagerfeld (una por cada vez que abre la boca), y es que parece, según ciertos blogs de moda o ego blogs por los que me paso de vez en cuando, que hay una gran cantidad de hombres y mujeres a quienes en su más tierna infancia leían Vogue en lugar de a los hermanos Grimm. 

Personas que debían tener las madres más glamurosas y modernas de su época y olvidando que lo 70 y los 80 fueron malas décadas en lo que a moda de calle se refiere.
Pretender dar una imagen, mezcla entre infancia inglesa junto al fuego y madres embajadoras con vestido largo. Y ellos embobados claro.

Yo sólo puedo decir que si la moda me interesa (al igual que el cine, la literatura, la botánica o que se yo) doy fe de que cuando era pequeño, me preocupaba más por la game boy, mi kimono de judo y cualquier palo que me encontrara por la calle (¿alguien me puedo explicar esa fascinación de los chicos por los palos de madera?) que por las revistas de mi madre.

Cianuro espumoso

- Mirad todos, esto es lo que yo llamo un Sparkling Cyanide - dijo Olivia Uriarte observando al trasluz su copa en la que brillaba un líquido azúl intenso. Acababa de encender un cigarrillo, y dejó que el humo se enroscara en el esbelto pie de la copa, igual que un áspid. -.
¿A que parece letal? Sin embargo, se trata sólo de una parte de Curaçao, tres de champagne y un suspiro de angostura. Apuesto a que nunca imaginasteis que un brebaje así podía ser tan delicioso.


Invitación a un asesinato - Carmen Posadas

On connait pas la chanson III



Hey, I put some new shoes on, 
and suddenly everything is right

A veces la diferencia entre un buen día y un mal día está en unos zapatos, o el pelo, o unos pantalones. Sentirte cómodo, sexy, con confianza, ese es el autentico poder de la ropa. Y es un poder muy democrático: puede lograrlo tanto una camiseta de Inditex como una americana de Tom Ford. 

Yo personalmente tengo mis combinaciones ya preparadas, prendas que pegan, que quedan bien juntas, y si me salgo de ellas, no me siento cómodo hasta que no llego a casa y me cambio. ¿Y vosotros?

El pañuelo blanco de Hermès

- No creas. En realidad Miranda tiene una ligera obsesión por los pañuelos. - Emily desvió la mirada, como si acabara de revelar que tenía herpes-. Es uno de esos detalles encantadores sobre Miranda que debes conocer. 
[...]
- Miranda siempre, siempre lleva un pañuelo blanco de Hermès en su indumentaria y casi siempre alrededor del cuello, aunque a veces pide a su peluquero que le haga un moño con él o lo utiliza como cinturón. Es su distintivo. Todo el mundo sabe que Miranda Priestly lleva siempre un pañuelo blanco de Hermès. ¿No es genial?


[...] Y unos doscientos pañuelos Hermès de color blanco. Me habían contado que Hèrmes había decidido acabar con la fabricación de ese modelo, un sencillo y elegante recuadro de seda blanco. Alguien de la compañía pensó que debía una explicación a Miranda y la telefoneó para disculparse. Como era de esperar, ella le comunicó fríamente su decepción y compró todas las existencias que quedaban de ese modelo. Dos años antes de mi incorporación a la empresa llegaron a la oficina quinientos pañuelos, y ahora quedaban menos de la mitad. Miranda se los dejaba por todas partes: restaurantes, cines, desfiles, reuniones, taxis. Se los dejaba en los aviones, en el colegio de sus hijas, en la pista de tenis. Sin embargo, siempre llevaba uno incorporado elegantemente a su atuendo. Todavía no la había visto fuera de casa sin pañuelo. Pero eso no era razón para que faltaran tantos. Tal vez Miranda pensaba que eran pañuelos de nariz, o gustaba de hacer anotaciones sobre seda en lugar de papel. Sea como fuere, daba la impresión de que realmente creía que eran de usar y tirar, y nadie sabía cómo sacarla de su error. Elias-Clark había pagado doscientos dólares por cada uno de ellos, pero qué importaba eso; nosotras se los pasábamos como si fueran Kleenex. Al ritmo que iba, en dos años ya no quedaría ninguno.


Yo había colocado las cajas naranjas de los pañuelos en el estante del armario destinado a repartos inmediatos, de donde salían con rapidez. Cada tres o cuatro días, Miranda se preparaba para salir a comer y decía con un suspiro: An-dr-aaa, tráeme un pañuelo.


Me consolaba pensar que me marcharía de allí mucho antes de que se le acabaran. Quienquiera que tuviera la mala suerte de estar ocupando mi lugar ese día estaría obligado a comunicar a Miranda que ya no le quedaban pañuelos Hermès y que no era posible confeccionarlos, importarlos, crearlos, encargarlos o exigirlos. Sólo de pensarlo se me erizaba la piel.


El diablo viste de Prada - Lauren


¿Tienes alguna prenda o complemento que siempre te acompañe e identifique? ¿Cuál es?