El taller tras la ventana


Las mejores vistas de la casa eran las que daban al patio. A menudo se sentaba en la cocina con la única compañía de una taza de té y observaba a través de las atareadas ventanas cómo llegaban rollos de tela, para luego ser extendidas sobre una mesa y cortadas según unos bien pensados patrones. El alegre resonar de las máquinas de coser al unir con esmero las piezas, hacían innecesaria cualquier tipo de música. 
En cierto modo, aquel taller mostraba el paso de las estaciones con la misma, si no más exactitud que los árboles que otros observan desde sus ventanas más pudientes. 
Al igual que anochece más tarde al acercarse la fiesta de San Juan, las luces del taller se extinguían cada vez más tarde ante la proximidad de la semana de la moda. 
El invierno y el verano lo marcaban los estáticos maniquies, y se sabía cuándo empezar a sacar la ropa de invierno al verlos con más o menos tela encima. 
Tras muchas horas observando, a veces de pasada al ir a la nevera, otras, dedicadas en exclusiva, la observadora incluso se permitía algún comentario con gesto de cabeza incluido. Si bien, siempre en voz baja. Por respeto. 
- Mangas abullonadas. Una elección deplorable... absolutamente deplorable -decía con pesar -. Aunque el color es bonito.
Sentía tanto cariño y curiosidad por aquel taller que un día bajó a la calle dispuesta a encontrar la entrada a aquel taller oculto en un patio de Paris.