La sastrería Cortés


La sastrería Cortés era uno de esos comercios inherentes a la personalidad y la cultura popular de la ciudad. Un establecimiento que se había ganado el preciso título de ser “de toda la vida”.

Cualquiera de las generaciones de la ciudad era capaz de dar la dirección exacta del lugar. No por nada habían pasado infinidad de veces por delante de su escaparate, ornado con una maqueta de un antiguo velero y telas de tweed falsamente desordenadas. Había algo en su madera oscura y en la sencilla moqueta que le daba al local un aire de clásica atemporalidad que todo el mundo, en mayor o menor medida, era capaz de apreciar.

Rezumaba esa elegancia que evitaba que la sastrería Cortés pudiera ser considerada anticuada o incluso demodé (términos similares pero no iguales). Un lugar que probaba la ya manida regla de que, el buen gusto, nunca pasa de moda.  

El taller tras la ventana


Las mejores vistas de la casa eran las que daban al patio. A menudo se sentaba en la cocina con la única compañía de una taza de té y observaba a través de las atareadas ventanas cómo llegaban rollos de tela, para luego ser extendidas sobre una mesa y cortadas según unos bien pensados patrones. El alegre resonar de las máquinas de coser al unir con esmero las piezas, hacían innecesaria cualquier tipo de música. 
En cierto modo, aquel taller mostraba el paso de las estaciones con la misma, si no más exactitud que los árboles que otros observan desde sus ventanas más pudientes. 
Al igual que anochece más tarde al acercarse la fiesta de San Juan, las luces del taller se extinguían cada vez más tarde ante la proximidad de la semana de la moda. 
El invierno y el verano lo marcaban los estáticos maniquies, y se sabía cuándo empezar a sacar la ropa de invierno al verlos con más o menos tela encima. 
Tras muchas horas observando, a veces de pasada al ir a la nevera, otras, dedicadas en exclusiva, la observadora incluso se permitía algún comentario con gesto de cabeza incluido. Si bien, siempre en voz baja. Por respeto. 
- Mangas abullonadas. Una elección deplorable... absolutamente deplorable -decía con pesar -. Aunque el color es bonito.
Sentía tanto cariño y curiosidad por aquel taller que un día bajó a la calle dispuesta a encontrar la entrada a aquel taller oculto en un patio de Paris. 

Flores en San Valentín

roses rosas


El nombre del viento - Patrick Rothfuss

¡Rosas! Todos los hombres sacáis vuestro romanticismo del mismo libro trillado. Las flores son bonitas; no niego que sean un buen obsequio para una dama. Pero siempre regaláis rosas, siempre rojas, y siempre perfectas. De invernadero si podéis conseguirlas. – Se volvió y me miró-. ¿Tú piensas en rosas cuando me ves?La prudencia me hizo sonreír y negar con la cabeza.-A ver, si no son rosas, ¿Qué ves cuando me miras?-Bueno… -dije-, no deberías ser tan dura con los hombres. Verás, escoger una flor que le vaya bien a una chica no es tan fácil como parece.-El problema es que cuando le regalas flores a una chica, tu elección puede interpretarse de diferentes maneras. Un hombre podría regalarte una rosa porque te considera hermosa, o porque le gustan su color, su forma o su suavidad, que le recuerdan a tus labios. Las rosas son caras; al elegirlas, quizá quiera demostrarte que eres valiosa para él.-Has defendido bien a las rosas. Pero resulta que a mí no me gustan. Elige otra flor que me pegue.-Pero ¿qué pega y qué no pega?  Cuando un hombre te regala una rosa, lo que tú ves quizá no sea lo que él pretende hacerte ver. Tal vez te imaginas que te ve como algo delicado y frágil. Quizá no te guste un pretendiente que te considera muy dulce y nada más. Quizá el tallo tenga espinas, y deduzcas que él piensa que podrías rechazar una mano demasiado rápida. Pero si corta las espinas, quizá pienses que no le gustan las mujeres que saben defenderse ellas solas. Las cosas pueden interpretarse de muchas formas-concluí-. ¿Qué debe hacer un hombre prudente?Ella me miró de reojo.-Si ese hombre fueras tú, supongo que tejería palabras inteligentes y confiaría en que la pregunta quedara olvidada.-Ladeó la cabeza-.Pero no va a quedar olvidada. ¿Qué flor escogerías para mí?

Estaba atrapado. La miré de arriba abajo una vez, como si intentara decidirme.
Ella me escuchaba atentamente.