
Con ocasión de la boda de Paulina Bonaparte, hermana de Napoleón, con un príncipe italiano, su cuñada Josefina decidió organizar una fiesta en honor de la pareja.
Si bien es cierto que estas dos mujeres no eran precisamente amigas, tampoco se puede decir que fueran enemigas. Podría decirse que eran más bien rivales.
Para la fiesta, Paulina decidió vestirse de verde, con un gran escote y todas las joyas que acaba de recibir de la familia de su marido. Joyas en la cabeza, en forma de corona. En el cuello, como collar. En los brazos, a modo de pulseras. E incluso en los dedos enguantados, cubiertos de anillos.
Era su forma de humillar a Josefina en sus dos puntos débiles: su edad (era mayor que Napoleón) y su falta de ascendencia noble.
Pero Paulina, como suele ser costumbre en la juventud, infravaloró a Josefina. Esta, al enterarse de los planes de su cuñada decidió responder. Pero no podía hacerlo con las mismas armas. Si usaba un escote generoso, produciría más risa que admiración. Y aunque comprara tantas joyas, no tendrían la antigüedad de las de Paulina.
Al final, dio con una solución más sencilla y barata.
La noche de la fiesta, Paulina llego engalanada y preciosa, pero cual fue su sorpresa al descubrir la trampa de su cuñada:
Había mandado forrar los muros del salón con una tela de seda azul que anulaba completamente el efecto del verde. El maravilloso terciopelo quedaba completamente apagado, las joyas parecían desproporcionadas y Paulina, una triste lavandera que pretendía destacar.
Por el contrario, Josefina había optado por una sencilla túnica blanca al estilo griego y dos camafeos como único adorno.
Paulina partió furiosa para Italia. Y es que la juventud es algo que todos tenemos, mientras que la madurez, no siempre está al alcance de todos.
O como dice el refranero español: Que más sabe el diablo por viejo, que por diablo.