- Flores frescas: ningún ambientador sustituye a un buen ramo de flores.
- Sabanas de lino: Se duerme distinto.Sencillamente. ¿Dónde conseguirlas? Del ajuar de la abuela.
- Vajilla antigua: Para comer o para tomar el té. El precio en mercadillo no supera demasiado a platos de IKEA.
- Un viaje en taxi: Sobre todo en el extranjero supone (al menos para mí) un pequeño lujo decadente.
- Una pitillera de plata: Si hay que intoxicarse mejor con estilo. Y no son especialmente caras, la mía fue un regalo. El mechero de Dupont no lo pongo en la lista porque eso si que no es un “pequeño” lujo.
- Una camisa hecha a medida: por muy lujoso que suene, a veces son más baratas que cualquier camisa de marca. Y por supuesto, a medida.
- Una copa en un hotel de lujo: Una vez al año no hace daño.
- Comer con servilletas de tela y mantel: En serio, no hay nada más simple y transforma el comer en la ceremonia que debería ser.
- Darse un baño: ¿Cuándo fue la última vez que te diste un buen baño comme il faut?
- Usar una toalla extragande y un albornoz: Para completar la experiencia anterior.
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Todos queremos lujo, es así. Y demasiadas veces se relaciona el lujo con lo caro. Y eso no es necesariamente cierto.
Me comentaba el otro día con un amigo como hoy en día le
parece vergonzoso que haya gente que
viva en el lujo y la ostentación.
En ese momento no pude sino interrumpirle. Y es que en el
mundo de Alphonse Doré et Noir la ostentación no tiene nada que ver con el lujo,
recordad eso de My kingdom, my rules. El lujo es personal, intimo, individual o
casi (dos son compañía, tres son multitud), la ostentación es pública, externa,
disfrutando más del hecho en sí que de la causa.
Hay quien cree que el lujo son diamantes, mármoles y viajes
en jet privado. Pero esa idea del lujo ostentoso (y ostensible) no es más que
la consecuencia de esa panda de arribistas parvenus que empezaron a surgir en
los años 80 y 90, que no disfrutaban de sus lujos si no había nadie que les
envidiara, aquellos que competían por el coche más caro, las joyas más grandes,
el viaje más exótico.
El lujo se forma con pequeños detalles sin importancia y no
necesariamente caros. De ahí esta nueva sección.
El lujo es disfrutar de un ramo de flores frescas en ese
antiguo jarrón de cristal de la abuela.
Para mí, no hay nada que me inspire más confianza en un
hotel o un establecimiento de gama alta que el hecho de disponer de flores
frescas. En mi opinión demuestra un interés por las cosas realmente
importantes.
En la película Princesa por sorpresa, de Garry Marshal
(director de Pretty Woman) preguntó a Julie Andrews, quién interpreta a la
Reina Clarisse Renaldi, qué detalle le gustaría añadir a la película para
definir su personaje, y ella sin dudarle
respondió que flores frescas.
Otra “Clarisse” a la que le chiflan las flores es a Clarisa,
de Las horas. A fin de cuentas; La señora Daloway dijo que compraría las flores
ella misma.
Y cuanta razón demuestra tener Daphne Guinness. ¿Cuántas veces nos vemos obligados a tragarnos nuestra forma de ser, nuestras preferencias más de lo que nos exigen los buenos modales?
Conozco a un chico, que por motivos que no vienen al caso, debe comportarse como un Pelayo de la vida, cuando en realidad, el preferiría unos mocasines y un simple polo.
Admitidlo, lo primero que a uno se le ocurre es exactamente lo opuesto.