Me comentaba el otro día con un amigo como hoy en día le
parece vergonzoso que haya gente que
viva en el lujo y la ostentación.
En ese momento no pude sino interrumpirle. Y es que en el
mundo de Alphonse Doré et Noir la ostentación no tiene nada que ver con el lujo,
recordad eso de My kingdom, my rules. El lujo es personal, intimo, individual o
casi (dos son compañía, tres son multitud), la ostentación es pública, externa,
disfrutando más del hecho en sí que de la causa.
Hay quien cree que el lujo son diamantes, mármoles y viajes
en jet privado. Pero esa idea del lujo ostentoso (y ostensible) no es más que
la consecuencia de esa panda de arribistas parvenus que empezaron a surgir en
los años 80 y 90, que no disfrutaban de sus lujos si no había nadie que les
envidiara, aquellos que competían por el coche más caro, las joyas más grandes,
el viaje más exótico.
El lujo se forma con pequeños detalles sin importancia y no
necesariamente caros. De ahí esta nueva sección.
El lujo es disfrutar de un ramo de flores frescas en ese
antiguo jarrón de cristal de la abuela.
Para mí, no hay nada que me inspire más confianza en un
hotel o un establecimiento de gama alta que el hecho de disponer de flores
frescas. En mi opinión demuestra un interés por las cosas realmente
importantes.
En la película Princesa por sorpresa, de Garry Marshal
(director de Pretty Woman) preguntó a Julie Andrews, quién interpreta a la
Reina Clarisse Renaldi, qué detalle le gustaría añadir a la película para
definir su personaje, y ella sin dudarle
respondió que flores frescas.
Otra “Clarisse” a la que le chiflan las flores es a Clarisa,
de Las horas. A fin de cuentas; La señora Daloway dijo que compraría las flores
ella misma.