La camiseta blanca de Marlon Brando



Esta imagen podría ser perfectamente un anuncio de perfume


Si hay una prenda que se pueda considerar como un clásico del armario de un hombre es la camiseta blanca. Yo personalmente sólo tengo una y prefiero las negras, grises o azules. 
Si hay alguien que nos enseñó a llevarla fue Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, aunque claro, no todos somos como Marlon, de hecho, pocos saben ponérsela como Stanley Kowalski

La más clásica dentro de las clásicas es la de cuello redondo con mangas. Cuidado con la talla; hay una linea muy fina entre "entallado" y "marcando barriga". Con una sudadera, con camisa abierta y un par de tallas más grandes en rollo hipster. Cuesta hacerlo mal. 

Cuando el cuello es en pico, sólo un consejo: que tu escote no sea mayor que el de la mujer que te acompaña. Y aunque los hombres lobos esten de moda, lo siento, no es momento de ir en plan pecholobo. Alcide (vease abajo) puede hacerlo, pero claro, el es un hombre lobo de verdad.

Con una camiseta de tirantes deberían salirte unos avisos en neón diciendo ¡Peligro!. Salvo que la lleves como ropa interior, corres el riesgo de que a) confundan tu sexualidad o b)te pidan una bombona de butano. 



Marlon se atreve con todo, hasta con los tirantes


Y voici Alcide, de True Blood. 

Los zapatos de Sisi y la microeconomía

Zapatos de tacon

Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría


Espero, no obstante, que los vestidos me sienten bien; son tantos que han de durarme, según creo, mucho tiempo: diecisiete de gala y ceremonia, cuatro de baile, catorce de seda para el frío y diecinueve de verano… Y los miriñaques, los corsés, las camisas, las medias, las enaguas, los calzones, los peinadores, los guantes, los sombreros, los tocados, las sombrillas… Y los zapatos. ¡Ah los zapatos! Debe de haber por lo menos treinta pares, aunque me temo que servirán para poco, pues me han dicho que sólo puedo llevarlos una vez. Luego, habré de regalárselos a las doncellas. ¡Qué estúpida costumbre!

Reconozco que en un principio esta costumbre de regalar los zapatos me pareció una estupidez pero ruego recordé una clase de microeconomía en la cual nos explicaron el denominado Efecto multiplicador, por el cual cualquier dinero que el gobierno ponga en movimiento multiplica el flujo de capital.

Por lo que (simplificado muchísimo) si Sisi pago 100 coronas por un par de zapatos, el zapatero guardaría digamos 20 coronas y con el resto pagaría al proveedor de cueros, quién a su vez, de esas 80 coronas, usaría 60 para saldar cuentas. 
En resumen: 80+60=140 lo que hace que aunque sólo sean 100 coronas, su efecto sea el de 140.
En realidad existe una ecuación que lo explica mejor, si a alguien le interesa saber más sobre el efecto multiplicador que no dude en preguntarme. 

Napoleón también sabía algo de economía.

El Financial Times, complemento perfecto para el hombre

Patrick Grant


Les gusta Irlanda por que se trata de un lugar que ayude a olvidar los problemas mundanos, lo cual se consigue mediante la constante visión del verde más radiante, al mismo tiempo que se consigue  una adecuada cobertura para el teléfono móvil y el Financial Times del día: un complemento masculino que siempre denota un cierto interés por los asuntos realmente importantes.
Llevar sus páginas salmón bajo el brazo dice sutilmente “oh, bien por mi intelecto o por mi carrera me resulta imprescindible conocer las cotizaciones”, lo que a su vez indica siempre una cierta condescendencia con respecto a los demás. 

El hombre de la foto es Patrick Grant, dueño de la sastrería Norton&Sons con tienda en el nº 13 de Savile Row Londres. Más información haciendo click en su nombre.

La sombrerería de Agatha Christie

Mujer con sombrero en blanco y negro


Agatha Christie - La muerte de Lord Edgware

- Sí – dijo -, ya lo comprendo. Creo que tiene usted razón al suponer que fue Carlota quien se presentó en casa de lord Edgware. Y lo creo porque ayer estuvo en mi tienda para comprarse un nuevo sombrero.
- ¿Un nuevo sombrero?
- Sí, me dijo que quería un sombrero que le tapase el lado izquierdo de la cara.
Debo dar ahora algunas explicaciones referentes a los sombreros; el cloche, que ocultaba el rostro tan por completo, que le era a uno difícil reconocer a una amiga; otro de los modelos en boga, era uno que se colocaba en equilibrio, inverosímilmente ladeado; se usaba también la boina, entre varios más, “June”, el sombrero que hacía furor, era algo así como un plato sopero invertido. Aquel sombrero, llamémosle así, puede decirse que iba colgado de una oreja, dejando uno de los lados del rostro completamente descubierto.
- Esos sombreros se llevan corrientemente al lado derecho, ¿verdad? – preguntó Poirot.
La sombrerera asintió.
- Sin embargo – añadió -. Hacemos algunos para llevarlos al izquierdo, pues hay quien prefiere más el perfil izquierdo que el derecho, o que se peina siempre de la misma manera. Ahora bien, para que Carlota desease que ese lado de la cara quedase cubierto, tendría sus razones. 

El color azul marino

Marineros


Ya he hablado anteriormente de uniformes, pero es un tema del que siempre me gusta hablar. 
Cuando era pequeño iba a un colegio en el que el uniforme era obligatorio. No teníamos americanas como los anglosajones pero por lo demás era muy parecido. 
Consistía en unos pantalones azules marino, una camisa blanca y un jersey también azul marino. Muy simple. 
Durante bastantes años odié el color azúl marino porque me recordaba demasiado a mi época con uniforme, pero por alguna razón, hace unos años algo cambió en mi cabeza y ese color compone el 70% de mi armario. Es tan sencillo, agradable y seguro que no me interesa pasar a ningún otro color. 

Dolce&Gabbana y los secretos de los perfumistas

Dolce&Gabbana D&G fragances

Inglaterra Inglaterra - Julian Barnes


Los secretos de los grandes parfumiers siempre se guardaban celosamente, como puede que usted sepa. Transmitidos de hombre a chico en ceremonias secretas, cifrados en código si alguna vez se ponían por escrito. Figúrese, un cambio de moda, un eslabón roto en la cadena, una muerte prematura, y se pierden, se desvanecen en el aire. Es la catástrofe que nadie advierte. Leemos el pasado, oímos su música, vemos sus imágenes gráficas, pero nuestro olfato no se despierta. Piense en la ventaja que para un estudiante representaría sacar el corcho de un frasco y decir: Versalles olía así, Vauxhall Gardens asá.

¿Se acuerda de los artículos de prensa sobre el hallazgo de Grasse hace dos años? – Jeff, obviamente, no se acordaba-. ¿Del libro de mezclas en la chimenea atascada? Tan romántico que parece que casi era increíble. Una lista cifrada con los componentes y las proporciones de numerosos aromas olvidados. Cada una de las fórmulas se identificaba por una letra griega que correspondía a un libro de pedidos ya existente en el museo local. Indiscutiblemente se trataba de la misma mano. O sea que esto, esto – Ladeó el cuello en dirección a Jeff – es Petersburgo, usado por última vez por un aristócrata en la corte del zar hace dos siglos. 

Emocionante, ¿no? – A la vista de que Jeff no mostraba el menor signo de emoción, el Dr. Max le auxilió mediante una comparación-. Es como lo de esos científicos que clonan animales perdidos para el planeta durante miles de años.

- Dr. Max – dijo Jeff -. Eso suyo huele  a animal clonado

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¿Cómo sería poder oler perfumes que ya no existen? Yo tengo claro que habría muchos que no nos gustarían; demasiado fuertes, demasiado vastos, demasiado antiguos. 
Aunque reconozco que me gustaría poder oler el primer Chanel nº5 y no la versión que venden ahora. 

El pintalabios



El día se presentaba gris. 
Cielo gris, acera gris, un traje gris. Ni siquiera el hecho de que fuera viernes parecía ser suficiente para alegrar las siete de la mañana.
Mientras bajaba en el ascensor abrió el bolso y sacó una barra de pintalabios. Sólo eso necesitaba, un ligero toque en los labios. 
Una ligera sonrisa se posó en su boca.  No estaba mal, al menos era un inicio.