La semana de la moda en Paris es una época del año que mucha gente espera ansiosa para ver las nuevas colecciones, ser fotografiados e incluso... para matar. Cuando una de las modelos es asesinada en misteriosas circunstancias momentos antes del desfile de Chanel, el caos se cierne sobre la organización y apremian a la policía a detener a quien sea para tranquilizar a los asistentes. Cuando el maquillador es arrestado, todo el mundo parece tranquilizarse. Todos, menos cierto detective belga ya retirado que asistía al desfile invitado por Inès de La Fressange. ¿Podrá Poirot hacer uso de sus “células grises” y resolver el crimen antes de que sea demasiado tarde?
"El cuarto de estar era una pieza de pequeñas dimensiones, bastante desordenada, mal amueblada también. Sin embargo, aquí y allá se descubría de vez en cuando algún detalle de buen gusto, algún objeto nada corriente: un jarrón de vidrio veneciano de corte abstracto, dos cojines de terciopelo, unos caparazones de loza, de procedencia extranjera quizás..."
Agatha Christie - Los relojes
En este mundo, tenemos tendencia a simplificar demasiado las cosas, yo el primero: Ese es guapo o feo, elegante u hortera, blanco o negro. Y olvidamos que la mayoría de las cosas nunca llegan a los extremos. La elegancia, el estilo o como se le quiera llamar no es algo absoluto. La perfección no existe. Y así como una persona que consideramos que viste bien puede realizar a veces crímenes contra la moda, también hay gente que no viste nada bien (amarillo con amarillo no es una buena idea) y que pueden tener momentos de inspiración y asombrarnos por con relampagos de imaginación y buen gusto.
Buscar la perfección es la única forma de acercarnos a ella, aunque a veces también hay que confiar un poco (sólo un poco) en la casualidad y el caos. Como ese gráfico que indicaba como subía la originalidad de los "modelitos" cuanta menos ropa limpia se tenía a mano.
Si es que es bajar por primera vez a la playa, y pensar ya en el verano. Y para mi, pensar en verano, es pensar en películas francesas de los 70. ¿Nadie más piensa que el Tecnicolor hace el verano más... verano? Me gustan el verano idealizado a lo Costa Azúl:
Tomar el sol hasta el cancer, sin preocuparse de las arrugas, fumar cigarros sin parar, dormir la mona en la tumbona y despertar viendolo todo casi en blanco y negro a causa de la luz. Y sobre todo, olvidarse de hombres a lo "Hombres, mujeres y viceversa", para preferir tomarse un ricard con hombres como Delon, Bellmondo, Castelnouvo o Sorel.
Todo empezó con el mechero Dupont.
Había leído sobre él en algún lado, probablemente en algún Vogue de la peluquería. Ella era una “fashionista” por supuesto, pero no veía ningún sentido en gastarse 10 euros mensuales en revistas. Compraba la Elle a veces y muy de vez en cuando el Vogue, porque claro, era Vogue y había que leerlo, o al menos decir que se leía.
El mechero había llamado su atención en el momento, pero lo había dejado aparcado en su memoria hasta esa tarde. No sabía por qué pero no había dejado de fantasear con él. Se trataba de un sencillo encendedor de oro ligeramente rosado con un efecto granulado. Resultaba gracioso porque ella no fumaba, pero aún y todo lo quería. Estaba convencida de que su vida sería mejor que ese mechero. ¡Tenía que serlo!
Juguetearía con él mientras al tiempo que miraría a su interlocutor de forma enigmática. Como las protagonistas de las películas francesas de los años 70. Le encantaban esas películas, con sus vestiditos y su colorines. Por supuesto no había visto ninguna de esas películas entera, pero era normal, se excusaba con ella misma: resultaban un aburrimiento. Le gustaba pensar que esas películas no estaban hechas para ser vistas como otras películas, eran películas “inspiracionales” como decía a sus amigas, a las que tachaba de incultas.
Siguiendo esa línea de pensamiento, acabó en Paris. Pensó en lo estupendo que sería pasearse con un abrigo beige, su mechero y unas enormes gafas de sol mientras comía un croissant. No había oído hablar de los macarons, de haberlo sabido, los hubiese cambiado por el croissant. Había llamado a su “cari” y le había sugerido que se fueran a Paris un fin de semana. Sería tan romántico... Tanto arte, tanta belleza y romanticismo. Bueno, no irían a los museos porque a fin de cuentas, ahí solo disfrutaban los intelectuales, y ellos se aburrirían entre tantos cuadros y esculturas rotas. A Louvre si que irían, para sacarse una foto delante de la pirámide de cristal donde se rodó El código DaVinci, pero sin entrar.
Para comer, se conformarían con algún MacDonalds, ya que, al final, una hamburguesa era mucho más comida que la “comida elegante” y sobre todo, más barato.Tendrían que ir a la torre Eiffel, para sacarse fotos con su “cari” y podérselas enseñar a sus amigas. Le convencería para que le comprara una rosa y así sería más romántico aún. Siguió pensando que, si ponía las fotos en blanco y negro, saldrían mucho más “parisinas”.Después se sentarían en un café típicamente francés y pediría un café mientras sacaba el mechero del bolso. Puede que incluso la confundieran con una auténtica francesa. Aunque eso sí, esperaba que el camarero supiera hablar español, porque tanto ella como su “cari” andaban algo justos de idiomas. A lo sumo un poco de andaluz o español con acento catalán para cuando iban a Barcelona. Tenían mundo, pero no tanto.
Sí, un mechero Dupont le cambiaba la vida a una chica. Aunque ella no se gastaría ni loca los doscientos euros que costaba. Seguro que en esa tienda donde había encontrado esa cartera de Louis Vuitton tan ideal, encontraba algo parecido.