Hay algo que ha cambiado en las tienda. No hablo de las modas, ni de la calidad ni cosas del estilo. Hablo del servicio. Me di cuenta de eso cuando hablaba el otro día con una amiga. Me decía que no entraba a una tienda (de una marca conocida y de precios medios-altos) porque odiaba que las dependientas le atosigaran.
Puede que os digáis, estoy de acuerdo, o no, pero ¿a que viene?
Y es que antes, la gente iba a una tienda y esperaba que le aconsejaran, que le sacaran tallas, modelos cómodamente sentado. Porque antes no existía eso de: ir a mirar. Se iba de compras porque se necesitaba comprar algo.
Hoy en día, con tiendas como Zara, y haciendo por enésima vez un símil con la comida, nos hemos acostumbrado a un estilo de compra de “self-service”: Cojo lo que quiero y luego lo pago. De nada sirve preguntar a la dependienta de turno: solo tenemos lo que hay fuera, uno se busca la vida. Podría hablar del perfil de las dependientas pero ese sería otro tema.
A lo que voy es que, nos hemos acostumbrado de tal manera a no depender de nadie, que cuando uno es atendido, se siente incomodo. Como esa gente que quita la botella de vino al camarero para servirse uno mismo.
De lo que no parecen darse cuenta es de que, en las tiendas que juegan en primera división, uno no sólo paga la prenda, sino la experiencia de comprarla. Es como ir a Disneyland: no es montarte en la atracción, es pasear, sacarte la foto con Mickey y comprarte la diadema con las orejas.
En las tiendas ocurre lo mismo: pagas por que una dependienta te trate educadamente, te sonría, intente complacerte e incluso a veces, te den algo de beber. ¿Y pierde la prenda por comprarla más barata por Internet o en un outlet? Probablemente no. Pero seamos sinceros, ¿a quién no le gusta que le mimen?