Todo el mundo tiene alguna. Me refiero a esas habilidades o conocimientos de escasa utilidad y que no acaban de encajar con nuestra personalidad. Hay quien tiene habilidad para las plantas, o quien nos sorprende tocando el piano o arreglando cualquier cosa.
En mi caso tengo dos: la carpintería y el punto. Todo lo que sean sierras, lijas y clavos se me dan bien. En algún momento de mi vida aprendí y todavía soy capaz de desenvolverme en esos temas.
Respecto al punto, también lo aprendí hace y todavía lo hago de vez en cuando. No empezaré con todo eso de que el punto es el nuevo yoga y chorradas así. Además mis conocimientos se limitan a bufandas, gorros y calcetines. Pero hay algo tremendamente satisfactorio en ser capaz de crear algo con tus propias manos. Y en este mundo en el que hasta se nos ha olvidado cómo escribir a mano, da gusto ver que eres capaz de crear algo que tiene realmente un fin.
Yo soy una persona inquieta, y una de las cosas que menos me gusta de ver la tele es esa sensación de no estar haciendo nada de mientras. Gracias al punto, me encanta sentarme en el sofá mientras veo series repetidas o películas en blanco y negro (propicias para hacer punto) y voy pasando la lana de una aguja a otra. ¡Y nunca hago quedadas!
El único problema del punto es saber cuando parar. Si tu familia, amigos y tu mismo ya tienen el pack completo para el invierno, es momento de buscarte otro hobbie. Y cuidado con las horteradas, que en el mundo del punto las hay muchas.
Aquí tenéis una página buenísima para aprender a hacer punto o avanzar. Y si alguien se anima que me lo diga si puedo ayudarle.
Y es que una buena bufanda de lana nunca pasa de moda.