Mientras Napoleón III ganaba las batallas de Solferino y Magenta en Italia, en Paris, los cientificos inventaban los primero tintes sintéticos. En honor de las batallas, bautizaron dos colores con los nombres de las ciudades conquistadas. El color magenta aún perdura pero el Solferino apenas se recuerda si no es por una parada del metro de Paris. Ese color rojo azulado casi morado tan apreciado en esa época. Los nombres de cuantos otros colores se habrán quedado en el olvido.
No me gustan mucho las marcas italianas, y mucho menos los diseñadores italianos.Pero Stefano Pilati me cae bien. Se le ve simpático. Tímido y poco dado a ser un espectáculo andante como otros diseñadores que yo me sé. De hecho, no he leído nunca nada de su vida sentimental.
Stefano Pilati nace en Milan, y eso explica su físico de italiano del norte. Empieza trabajando con Armani y luego se pasa a Prada. Finalmente Tom Ford le contrata para trabajar en Yves Sant Laurent.Me parece curioso que alguien tan… ostentoso como Tom Ford contrate a alguien como Pilati. Alguien que dice:
“I never touch the idea of sex. Sex one of the most complicated things; it’s too subjective. And if you have subjectivity, you have to balance it out – with you skills, your knowledge, the values of your brand. Sex for me is personal.“
« Nunca trato el tema del sexo . El sexo es una de las cosas más complicadas ; es demasiado subjetivo. Y si eres subjetivo, tienes que compensarlo. Junto con tus habilidades, tus conocimientos y los valores de tu marca. El sexo para mí es personal »
No encaja con alguien como Tom Ford que pone un frasco de perfume entre dos pechos en un anuncio.¿Y cuando sale en The September Issue ? Da tanta penita que te dan ganas de protegerlo como a un perrito.
Que conste que estoy hablando exclusivamente de su faceta personal, no como diseñador.
- Seguro que es un vestido - dijo en voz alta -. O incluso dos. O un montón de preciosas prendas interiores. No miraré. Trataré de adivinar, al tacto, de qué se trata. Y también el color. Y qué aspecto tiene. Y cuánto ha costado.
Después de cerrar prietamente los ojos y levantar poco a poco la tapa, deslizó la mano al interior de la caja. Encima había papel de seda; sintió su tacto y su crujido. También había un sobre, o una especia de tarjetón, que pasó por alto para profundizar bajo el papel de seda, los dedos en delicada exploración, como zarcillos.
- Dios mío - exclamó de pronto -. ¡No puede ser verdad! Abrió del todo los ojos y se quedó mirando de hito en ito el abrigo. Luego, las manos como zarpas, lo sacó de la caja. La espesa piel rozó con una maravillosa sonoridad el papel de seda al desplegarse, y cuando lo tuvo extendido ante sí en toda su longitud, su belleza la dejó sin resuello.
Jamás había visto visón como aquél. Porque era visón, ¿no? Sí, claro que lo era. ¡ Y qué soberbio color! Era de un negro casi puro. A primera visto le pareció negro; pero luego, al acercarlo más a la ventanilla, advirtió que también tenía un punto de azul., un azul intenso y vivo, como el del cobalto. Examinó rápida la etiqueta. Decía, tan sólo, VISON SALVAJE DE LABRADOR.
Nada más: ninguna indicación sobre dónde había sido comprado, ni nada. El muy zorro se cuidaba muy pero que muy bien de borrar toda pista. Mejor así. Pero ¿qué demonios podía haber costado aquello? Apenas se atrevía a pensarlo. ¿Cuatro, cinco, seis mil dólares? Posiblemente más.
No conseguía apartar los ojos del abrigo, y al mismo tiempo ardía en deseos de probarselo. Se quitó presurosa el que llevaba, rojo, corriente. Sin poder evitarlo, jadeaba un poco ahora, y tenía muy abiertos los ojos. Pero es que, bendito sea Dios, ¡el tacto de aquella piel...! ¡Y las mangas, anchas, enormes, con sus espesos puños vueltos! ¿Quién le había dicho que en los brazos empleaban siempre pieles de visones hembras, y, para el resto, no? ¿Quién se lo había dicho? Porbablemente, Joan Rutfield; aunque no acertaba a imaginar cómo podía la pobre Joan sabes de visones, nada menos.
El maravilloso abrigo negro parecía adaptarsele por sí mismo al cuerpo, como una segunda piel. ¡Chiquilla...! ¡Qué sensación indescriptible! Se miró en el espejo. Era fantástico. Toda su personalidad había cambiado de golpe y por completo. Se la veía deslumbrante, esplendorosa, rica, brillante, voluptuosa, todo ello a un tiempo. ¡Y la sensación de poder que le confería! Vestida con aquel abrigo podría entrar donde quisiera y la gente se le alborotaría alrededor, como conejos. ¡No tenía palabras, simplemente, para tanta maravilla!
Roald Dahl - La señora Bixby y el abrigo del coronel - Relatos de lo inesperado