Roald Dahl - La señora Bixby y el abrigo del coronel -


- Seguro que es un vestido - dijo en voz alta -. O incluso dos. O un montón de preciosas prendas interiores. No miraré. Trataré de adivinar, al tacto, de qué se trata. Y también el color. Y qué aspecto tiene. Y cuánto ha costado.

Después de cerrar prietamente los ojos y levantar poco a poco la tapa, deslizó la mano al interior de la caja. Encima había papel de seda; sintió su tacto y su crujido. También había un sobre, o una especia de tarjetón, que pasó por alto para profundizar bajo el papel de seda, los dedos en delicada exploración, como zarcillos.

- Dios mío - exclamó de pronto -. ¡No puede ser verdad! Abrió del todo los ojos y se quedó mirando de hito en ito el abrigo. Luego, las manos como zarpas, lo sacó de la caja. La espesa piel rozó con una maravillosa sonoridad el papel de seda al desplegarse, y cuando lo tuvo extendido ante sí en toda su longitud, su belleza la dejó sin resuello.

Jamás había visto visón como aquél. Porque era visón, ¿no? Sí, claro que lo era. ¡ Y qué soberbio color! Era de un negro casi puro. A primera visto le pareció negro; pero luego, al acercarlo más a la ventanilla, advirtió que también tenía un punto de azul., un azul intenso y vivo, como el del cobalto. Examinó rápida la etiqueta. Decía, tan sólo, VISON SALVAJE DE LABRADOR.

Nada más: ninguna indicación sobre dónde había sido comprado, ni nada. El muy zorro se cuidaba muy pero que muy bien de borrar toda pista. Mejor así. Pero ¿qué demonios podía haber costado aquello? Apenas se atrevía a pensarlo. ¿Cuatro, cinco, seis mil dólares? Posiblemente más.

No conseguía apartar los ojos del abrigo, y al mismo tiempo ardía en deseos de probarselo. Se quitó presurosa el que llevaba, rojo, corriente. Sin poder evitarlo, jadeaba un poco ahora, y tenía muy abiertos los ojos. Pero es que, bendito sea Dios, ¡el tacto de aquella piel...! ¡Y las mangas, anchas, enormes, con sus espesos puños vueltos! ¿Quién le había dicho que en los brazos empleaban siempre pieles de visones hembras, y, para el resto, no? ¿Quién se lo había dicho? Porbablemente, Joan Rutfield; aunque no acertaba a imaginar cómo podía la pobre Joan sabes de visones, nada menos.

El maravilloso abrigo negro parecía adaptarsele por sí mismo al cuerpo, como una segunda piel. ¡Chiquilla...! ¡Qué sensación indescriptible! Se miró en el espejo. Era fantástico. Toda su personalidad había cambiado de golpe y por completo. Se la veía deslumbrante, esplendorosa, rica, brillante, voluptuosa, todo ello a un tiempo. ¡Y la sensación de poder que le confería! Vestida con aquel abrigo podría entrar donde quisiera y la gente se le alborotaría alrededor, como conejos. ¡No tenía palabras, simplemente, para tanta maravilla!

Roald Dahl - La señora Bixby y el abrigo del coronel - Relatos de lo inesperado

4 comentarios:

dijo...

Me encanta Roal Dhal.

Me gustaba mucho James y el melocotón gigante y Las Brujas.

:)

dijo...

Holly: Las brujas siempre ha sido mi favorito :)

Abataba: ¡Muchas gracias!

dijo...

Brujas, uhh que miedo...

me encantan los abrigos de piel, tb para hombre, pq no¿?¿

saludos!!!

dijo...

Soy fan de Roald Dahl y me es difícil conseguir libros de él aquí. Y ni se diga de los abrigos de piel!! :(