Me gusta rodearme de mujeres.
Como decía Rhett Butler, los hombres somos una calamidad ¿no soy una buena prueba de ello?
Sigo un patrón inconsciente con mis amistades.
Mis amigos varones son sencillos, sin complicaciones, sanos, de los que son incapaces de hacer el mal con premeditación. Con los que quedas para tirarte en el sofá a ver un partido de futbol o el energy, con la nevera llena de cervezas y con el numero de una pizzería guardado en la memoria del telefono.
Pero las mujeres... mis mujeres son hermosas, guapas, aunque cada una a su manera. Y siempre inteligentes. Una mujer bonita sin inteligencia es como un coche sin ruedas: no te lleva a ninguna parte.
Mis mujeres tienen siempre un toque mordaz, cierta ironía que se deja entrever en una media sonrisa pintada con ese Rouge que tanto les ha costado encontrar, y a veces tienen hasta cierta malicia que me conquista.
Mis mujeres tienen dones que para otros ojos pueden ser insignificantes e incluso inútiles, pero no para mí.
Algunas tienen una inteligencia clásica: cerebro para los números, lógica y razón. Una especie de Temperance Brenan suavizada.
Otras saben observar y deducir, Miss Marples con Converses y melena al viento.
También tengo autenticas enciclopedias de temas en concreto que averguenzan a Wikipedia. Cine y literatura, alejadas del pedanterío pseudo intelectual y con una objetividad que siempre es de gran utilidad.
Y algunas tienen el don de conseguir lo que desean, de manipular con una sutileza que hacen que la otra persona piense que es idea suya. Mujeres que pueden transmitir la imagen de damisela en apuros en un momento, para transformarse luego en alguien a quien no es conveniente pisar.
Y estas mujeres me han enseñado una lección muy importante: no son nuestras habilidades las que nos definen, sino nuestras elecciones.
Manipula solo para un objetivo noble, observa solo aquello que merece la pena observar, aunque en un principio no parezca relevante, sé consciente de tus fortalezas.
Fotografías: Mujeres (The Women 1939)